Parásitas Malas Invasoras: voces sociobotánicas & sanación narrativa

«El universo está hecho de historias, no de átomos.»

— Muriel Rukeyser

Las personas humanas somos narradores de historias. Es a través de ellas que damos sentido a nuestras experiencias. Nuestras narrativas definen cómo nos relacionamos con nosotras y con las demás. Pero no somos las únicas narradoras de este planeta. Nuestras narrativas se insertan en las historias de las criaturas que llevan mucho más tiempo aquí que nosotras, entre ellas las plantas. Aunque no seamos conscientes de ello, nuestro lenguaje lo refleja constantemente: a través de imágenes lingüísticas, nos situamos en esa narrativa más amplia por medio de vegetalizar nuestras representaciones.

El habla sobre las «raíces humanas» es un potente ejemplo de esta práctica, a la que en LA ALKIMILA hemos dedicado todo un ciclo temático, transformado en un programa autoguiado con seis cápsulas en tres bloques temáticos.

Estos son algunos de los libros que consulté para el último bloque temático: comunicación.

Unos más que otros reflexionan sobre su propio uso de (la metáfora de) las raíces. Algunos encuentran apoyo en la raíz-metáfora, la posibilidad de recuperación, subversión y reapropiación. Otros critican el habla irreflexivo sobre las raíces, la proyección antropocéntrica de ideas preconcebidas sobre la materia vegetal y la adopción (inconsciente) de la noción identitaria de las raíces de los discursos de derecha en el lenguaje de todas las facciones políticas, incluso en la botánica.

Comprender los libros en su conjunto no es fácil. Cada uno es un mundo y presenta otra experiencia del mundo; desde la perspectiva de primera y de tercera persona, con interés ecológico, filosófico, medicinal, biográfico, sociológico, mitológico y con intenciones antirracistas, antipatriarcales, anticapacitistas. La sanación narrativa radica en la lectura cruzada que encuentra el sentido (sentimientos y significados) en la relación entre las diferentes partes de un imaginario colectivo complejo, sin olvidar que

«Las raíces son las formas más enigmáticas del mundo vegetal. Han llegado relativamente tarde a la historia de la vida vegetal [que] parecería no tener necesidad de ellas para definirse o, al menos, sobrevivir.»

— Emanuele Coccia

El complejo discurso sobre las «raíces humanas» ilustra lo que sucede cuando las analogías y metáforas no se basan en una observación cuidadosa de los seres de los que se toman prestadas: los conceptos dominantes de ciertos sistemas sociales se proyectan en las plantas y dan como resultado descripciones distorsionadas, que luego se proyectan nuevamente sobre las personas humanas, etc.

Para introducir el último bloque de Hasta las raíces {narices} enfocamos tres «categorías vegetales» que se han naturalizado en el lenguaje cotidiano, mediático y científico con consecuencias violentas para plantas y humanas: PARÁSITAS — MALAS — INVASORAS.

¿Qué significan estas palabras para ti? ¿De qué contextos surgieron? ¿En qué sentido son expresiones capacitistas, patriarcales, racistas? Una cosa está muy clara: estas categorías se entienden sólo en el marco binario donde sus asociaciones negativas crean su opuesto, la norma, las autónomas, las buenas, las nativas…

Las inflorescencias de Monotropa hipopitys que emergen del suelo del bosque recuerdan a los hongos y, sin embargo, se clasifican como plantas. Lo primero que se suele decir de las Monotropa es que su color blanco (amarillento, rosado o rojo) resulta de la incapacidad para realizar la fotosíntesis. Con esto sacuden una de las definiciones básicas de lo que es una planta. Confundides, les narradores humanes empiezan a resaltar que las Monotropa son parásitas con todas las connotaciones que esto conlleva.

«Monotropa es incapaz de hacer la fotosíntesis.» ¿Cómo podríamos reformular esta frase de manera que resalte la particularidad de Monotropa en lugar de lo que no sabe hacer? «Las Monotropa son plantas capaces de vivir sin luz directa.» Abandonaron el hábito vegetal más antiguo, la fotosíntesis. Con la gran parte de su cuerpo bajo tierra, se han acomodado en el oscuro sotobosque. Sólo sobresalen las inflorescencias entre el foliaje de los árboles que las rodean y alimentan.

Como nosotres, Monotropa produce su energía a través de la nutrición heterótrofa. Como nosotres, se alimenta de la materia orgánica de las plantas verdes a su alrededor.

Su solución es de tipo fúngico y, en realidad, esto apenas la distingue de otras plantas: la mayoría depende de las micorrizas asociadas para obtener los minerales del suelo. Entonces, ¿qué convierte a Monotropa en parásita? Es la suposición humana de que el suministro de minerales a la planta tiene que ir ligado a un intercambio directo en el que la planta proporciona carbohidrato a los hongos. El hecho de que Monotropa no parezca devolver nada a los hongos hace que incluso las mentes más creativas contrasten continuamente la parásita con las (y cito) «plantas normales». Monotropa invita a repensar nuestra comprensión de la interdependencia y la reciprocidad en términos de anticapacitismo. Monotropa recuerda que öa reciprocidad toma muchas vías. Fue Monotropa quien incentivó los estudios humanos sobre la simbiosis que llevaron al análisis de redes y la ‘wood wide web’ y el intercambio sigue con nosotras…

¿Qué entiendes por ‘mala hierba’, en qué plantas piensas y qué imágenes asocias con el dicho ‘mala hierba nunca muere’? Yo evoco carteles punk, parches anarquistas, fanzines queerfeministas: la apropiación de ‘mala’ parece más obvia que la de las parásitas y las invasoras. Quizás porque su antónimo es más fácil de identificar y rebelarse contra lo que constituye ‘las buenas’ en los sistemas opresivos parece ser la naturaleza de la resistencia política.

¿Pero tiene algo que ver con las hierbas mismas? Nuevamente estamos ante un término que interpreta el devenir vegetal según determinados criterios humanos, independientemente de si lo detestamos o elogiamos. ¿Qué convierte una hierba en mala?

La respuesta es tan simple como compleja: malas hierbas son las que crecen ahí donde la gente no quiere que crezcan. Se trata de una categoría muy subjetiva y al mismo tiempo tan profundamente arraigada en la cultura como el Diente león en la tierra.

Las malas y buenas hierbas ya se nombraron como tales en la Biblia y encontraron un lugar permanente en el arte occidental a través de la Parábola del trigo y la cizaña. El motivo se repite a través de los siglos: el diablo siembra la maleza donde el cristiano bueno, creyente y trabajador intenta hacer crecer el Trigo (ignorando que muchas de estas hierbas apoyan el crecimiento del Trigo por contribuir a suelos bien nutridos; algo la agricultura de monocultivo vuelve a reconocer). De ahí era fácil trasladar el motivo a cualquier propaganda política: la buena semilla representa a las que son del reino; la mala hierba, a las personas que difunden el mal; y el enemigo que sembró la mala hierba es el diablo. O la bruja: la parábola de la cizaña entre el trigo sirvió para justificar teológicamente la Inquisición. Pero, también parece haber servido a otros teólogos para llamar a la tolerancia hacia los supuestos herejes. Hasta el día de hoy, la voz sociobotánica de las malas canta sobre opresión Y resistencia en jardines, campos de cultivo, calles urbanas y consideraciones ecológicas.

¿Te apetece entonar su canto?

¿Qué imaginas si te detienes un momento para visualizar una invasión?

¿Toma forma vegetal?

Plantas monstruosas que se extienden a gran velocidad y lo devoran todo, hace tiempo que crecen a través de las pelis y novelas de ciencia-ficción. No obstante, es otro paisaje del que emergen más rápido, más fuerte, más emocional e ideológicamente cargado que cualquier otro asunto botánico: los estudios científicos de la invasión biológica y su divulgación mediática.

Las plantas invasoras enredan, cubren, aplastan, hunden, empeoran, enferman, envenenan, matan… El ritmo narrativo de esta amenaza se acelera hasta justificar mayores medidas de control y el uso incuestionado de armas químicas en nombre de la protección de la biodiversidad nativa ante especies exóticas invasoras.

No hace falta mucho para ver los paralelos con los discursos que narran la migración humana en términos de amenazas a la cultura autóctona. Pero, «ver la relación de lo viviente con el espacio desde el prisma de la autoctonía no es contactar con un origen: significa más bien imponer a los seres una normatividad que no concierne a su vida. De hecho, las categorías que nos permiten hacerlo no provienen de la observación biológica, sino del derecho común británico del s.XIX: ‘…las especies surgidas ocasionalmente de semillas o raíces lanzadas fuera de los jardines … no tienen derecho a ser llamadas británicas del mismo modo que los franceses o los alemanes que se instalan ocasionalmente en Inglaterra.’ Cada vez que la ecología se obstina en hablar de especies invasoras … nos obligamos a imponer al mundo vegetal las costumbres y las convenciones de una parte geográfica e históricamene ínfima de la cultura humana.» (Emanuela Coccia, Metamorfosis) Las así llamadas invasoras invitan a sacudir los cimientos de las narrativas sobre la inmovilidad de las plantas, la preservación de ecosistemas estables, la tierra firme y la autoctonía vegetal y humana.