Imagen de @irenelasivita
Aunque está estructurando nuestra vida cotidiana de modo silencioso, el tiempo no es nada dado ni nada natural; sus significados y formas cambian según el momento histórico y contexto cultural. Nuestro contexto está marcado por una noción judeo-cristiana del tiempo como lineal, constante e irreversible. Por medio de la violencia, la historia colonial ha tratado de hacer de este modelo del tiempo el modelo normal. A medida que este tiempo lineal ganó importancia, se hizo posible cuantificar el tiempo en unidades estandarizadas. Con la invención del reloj de péndulo en 1657, el tiempo fue desvinculado de los cuerpos humanos y los cuerpos humanos de la naturaleza. El reloj produjo la conciencia de minutos y segundos, y engendró las nociones de precisión y puntualidad que ahora nos son tan familiares. Las intersecciones del capitalismo, la religión y la moralidad le han dado al tiempo un valor particular: es algo que puede «malgastarse». Es la idea de que si no usamos el tiempo correctamente, entonces perderíamos la salvación en el cielo, de ahí las ideas que tenemos hoy en día de la supuesta «pérdida de tiempo». Más recientemente, las tecnologías de comunicación instantánea siguen cambiando nuestra relación con el tiempo hacia un concepto de «tiempo intemporal» y sin relación al espacio.
En medio de fechas de entrega, miedos por la supervivencia y medidas de responsabilidad, el tiempo se ha convertido en una herramienta importante para perpetuar la subjetividad neoliberal. La gente siempre está corriendo hacia algo: estar «ocupada» y “productiva” incluso llega a ser un símbolo de estatus. Descansar, vivir el momento, “no hacer nada”, hacer la siesta, etc. no se consideran como prácticas vitales, nutritivas y enriquecedoras, sino como señales de pereza e improductividad. La idea del tiempo como algo lineal, progresivo y que se puede malgastar también ha separado el cuerpo humano de lo que se suele denominar “naturaleza”. Antes de la introducción del reloj, el tiempo se medía a partir de la experiencia cosmológica y en relación con fenómenos físicos y bióticos como los ciclos del sol, la luna, las estaciones y la cosecha. Ahora, los “fenómenos naturales” parecen tener lugar allí, en un espaciotiempo fuera de nosotras.
(Para estos párrafos véase: Riyad A. Shahjahan (2015) Being ‘Lazy’ and Slowing Down: Toward decolonizing time, our body, and pedagogy, Educational Philosophy and Theory: Incorporating ACCESS, 47:5, 488-501)
¿Por qué nos oponemos a formar parte de lo que denominamos naturaleza?
¿Y por qué se usa el verbo “vegetar” para describir una persona como vaga, “que no hace nada”, que no trabaja, sin movilidad, enferma, etc.?
“vegetar”
Dicho de una persona:
- vivir sin ninguna movilidad, maquinalmente y con una vida meramente orgánica, parecida a la de las plantas, generalmente a causa de una enfermedad.
- llevar una vida tranquila, exenta de trabajo y cuidados.
A pesar de estas definiciones, la RAE explicita que la palabra “vegetar” deriva del latin vegetāre que traducen con ‘vivificar’, ‘estar vivo’. Pues, ¡qué ganas tengo de vegetar! Pero, solo parece ser aplicable a las plantas para las que “vegetar” significa germinar, nutrirse, crecer y aumentarse. Lo que para las plantas es vital, supone nutrición y crecimiento, para las personas humanas parece ser inadecuado, improductivo, demasiado inmóvil. Que la palabra gane un sentido despectivo cuando se aplica a una persona humana tiene que ver con la inferiorización de “ser planta” y la supuesta supremacía que del ser humano por encima de toda la demás vida. Frente a tal arrogancia, LA ALKIMILA quiere celebrar y compartir posibles prácticas de “vegetar”, resignificar la permanencia como resistencia, y gozar de los detalles al desacelerar.
Como propuesta de «herboralaria sensual», este encuentro Femi*Spa no trata a las plantas como meros remedios al uso humano, aunque también nos interesan sus potencias para ayudarnos a descansar. Además, os quiero invitar a pensar y sentir con y como plantas, enfocándolas como maestras muy sabias. No propongo buscar la alianza con plantas como otro ejercicio más de antropomorfismo (no se trata de un acercamiento a las plantas como compañeras según el modelo humano). Más bien, planteo jugar con la opción de vegetalizar nuestras propias experiencias y nuestros cuerpos en interconexión. Os invito a dejar de lado los pensamientos en el posible resultado de todo esto, y a confiar en el proceso, en los conocimientos del cuerpo, en los poderes de la imaginación.
Lecturas Femi*Spa relacionadas con este párrafo: Natasha Myers Sensing Botanical Sensoria:A Kriya for Cultivating Your Inner Plant (en línea); Micheal Marder The Philosopher’s Plant Channel (en línea)
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